lunes, 20 de septiembre de 2010

"A ver si me apagás la luz, salame!!!!!"

El rope haciéndome compañía a las cuatro de la matina, y con cara de sueño interrumpido, jeje.

Verdad de pocos modales.


Primera entrada de mi primer blog.

Hoy sólo sé que tengo necesidad de escribir, de dejar una marca, una constancia (un escribano por aquí por favor). Ayer concluyó un ciclo, algo así como una etapa, o si se quiere una "edad" de mi historia, y por orgullo me niego a elevarlo a un "status" mayor como época, período o era.

El resultado final fue paz interior y 12 horas de sueño ininterrumpido. Bueno en realidad si, un llamado de Carlos Paz me advertía que mi viejo había comenzado a prender el fuego. Uno no puede negarse a ciertas cosas.

¡Hola perro! ¿Querés que te saque afuera? Ah ok, sólo mimo...bancame un rato, ya te apago la luz.

Me disculpo por la interrupción (no va ni un párrafo y ya me fui por las ramas).

El ciclo tiene nombre, de la clase que reciben los huracanes, esos huracanes del caribe que arrasan con todo, que ahora que lo pienso deben actuar con cierta ciclicidad (un libro de climatología sería útil en este momento). Está claro que hablo de una mujer. LA mujer. Siempre ES una mujer. Sí ya sé, más de uno dirá "la vieja" pero "la vieja es la vieja", para uno casi que no es humana, es de otra planeta, como un "barrilete cósmico".

Dicha mujer, el huracán, me supo gustar hace mucho mucho tiempo en una galaxia muy muuuuuy lejana llamada Comodoro Rivadavia, mi ciudad natal, la capital del petróleo, de Eolo y, a mi entender, de la extrema superficialidad (igual te quiero Comodoro).

Con ella conocí el amor, el odio, las ilusiones y desilusiones, la mentira y la verdad, aunque de la última no estoy muy seguro. No perdón, si lo estoy, sólo que no me gustó y a una verdad no se la debe ningunear por más que sea esquiva, egoísta o lejana. En estos últimos días una verdad se me presentó, me golpeó, me vio ahí tirado en el suelo y me volvió a golpear. Aparentemente no conocía de modales esa verdad. Pero bueno, nunca conocí una verdad que tuviera modales, como sí los tienen las mentiras, así que a las primeras trato de aceptarlas como son.

Extraño comportamiento el de esta verdad, porque después de azotarme, como mi viento sureño azota a casi todo por allá en la Patagonia, me ayudó a levantarme, sacudió el polvo de mis ropas, me miró y dijo: "Ya está, me encontraste. Secate esas lágrimas y dejá de llamar a los huracanes por su nombre que, después de todo, no son más que aire en movimiento".